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Año de fundación: 1182.
Fundador: Sancho VI el Sabio de Navarra.
Fuero: Fuero de Laguardia.
Destinatarios de los privilegios: Pobladores del término.
Localización: En el extremo suroriental de la provincia, dentro de
la comarca de la Montaña alavesa.
Emplazamiento: En una ladera situada entre los cauces de los ríos
Sabando y Berrón.
Altura: 607 m.
Habitantes (2006): 119.
La villa de Antoñana pertenece al municipio de Campezo-Kanpezu, situado en el extremo suroriental de la provincia de Álava, en el límite con Navarra. Se trata de un espacio muy accidentado, formado por una sucesión de montes y valles labrados por los numerosos ríos y arroyos del territorio, entre los que se encuentran los dos ríos que confluyen en las inmediaciones de la villa: el Sabando y el Berrón. En esta complicada orografía del suroeste alavés, Antoñana se sitúa como punto intermedio entre las villas de Vitoria y Estella, papel de nexo que ha desarrollado desde hace siglos.
Foto: Beatriz Arizaga Bulumburu, Sergio Martínez Martínez.
Sólo cuatro meses después de la fundación de Vitoria por Sancho el Sabio de Navarra, este mismo monarca decidió otorgar dos nuevos fueros municipales en el territorio perteneciente a su realengo: Antoñana y Bernedo, ambos en enero de 1182.
No se trata, en realidad, de una fundación en sentido estricto, sino de una mejora de las condiciones jurídicas de los pobladores de dos entidades de población ya existentes.1 Así lo reconoce el propio monarca en el comienzo de la carta-puebla: “Sancho por la Gracia de Dios, Rey de Navarra, hago esta Carta, á todos mis Pobladores de Antoñana, asi presentes, como futuros. Tube por bien de todo mi corazon, y buena voluntad, usando de mi potestad, libraros de las costumbres pésimas, y sugeciones, y sacandoos de ellas, daros buenos Fueros, y costumbres, concediendolo para siempre, para toda vuestra generacion, para que vivais en paz, y quietud”.2
El elemento jurídico empleado para esta mejora es la concesión del derecho de Laguardia en su totalidad, con la excepción del obligado pago del censo anual de cada hogar, que será de tres sueldos para Antoñana y dos para Bernedo (sólo uno en el caso de Laguardia). Como en el caso de esta última villa, el fuero otorgado a Antoñana reconoce el estatuto privilegiado de los infanzones dentro de la villa, al contrario de lo que sucedía en Vitoria, donde se les iguala con el resto de los pobladores: “que todos los Infanzones que viniesen á poblar á esta Villa sean libres, con todo cuanto les pertenece, y correponde”.
Junto al derecho de Laguardia, la carta puebla otorga a la villa de Antoñana un término rural propio claramente delimitado en el que podrán utilizar “montes, hierbas, y aguas, sin pagar derechos sus animales”.
La concesión de un estatuto privilegiado a los pobladores de Antoñana debe ponerse en relación con el interés del monarca navarro por atraer hacia este núcleo un mayor número de habitantes, creando una entidad urbana de relieve que consolidase el poder real sobre un territorio situado en el extremo del reino navarro y, por tanto, en confrontación con el poderoso reino castellano, al que pasó a pertenecer a partir del año 1239 en el reinado de Alfonso VIII. De su carácter realengo pasó al señorial cuando Enrique II hizo entrega de la villa a Ruy Díaz de Rojas, el cual a su vez lo traspasó a los Hurtado de Mendoza. Finalmente, tras numerosos pletios la villa alcanzó su indepencia en el año 1635, previo pago a la Corona.
Gracias a la concesión del fuero, con todas sus excepcionales ventajas frente a los habitantes de las aldeas rurales, y a la estratégica situación de la villa (como plaza fuerte en uno de los caminos de entrada hacia la Llanada alavesa) Antoñana desarrolló durante la Edad Media un importante papel comercial que se plasmó en la formación de un núcleo urbano de cierto relieve y en una potente muralla de la que aún podemos observar interesantes vestigios.
Al igual que otras muchas villas alavesas, Antoñana ha conservado a pesar del paso de los años el trazado urbano creado en la Edad Media. Los edificios que hoy perviven no son, salvo contadas excepciones, construcciones medievales pero sí lo es el espacio o solar que ocupan. Por tanto, el plano urbano se convierte en una especie de “fósil” capaz de informarnos de la organización de la comunidad ciudadana en el pasado.3
Foto: Beatriz Arizaga Bulumburu, Sergio Martínez Martínez.
Como anteriormente se señaló, cuando Antoñana recibió su fuero municipal ya existía en dicho solar unos pobladores que fueron, precisamente, los beneficiados por dicho fuero. Aquella primitiva población que habría crecido de forma espontánea en relación a las labores agrarias no debía poseer ningún tipo de ordenación urbana; con la concesión del fuero se procedió a reordenar el espacio urbano repartiéndose el suelo en solares homogéneos, asentándose las viviendas de los pobladores sobre cada uno de ellos. Posteriomente, la división homogénea de los solares fue modificada por la construcción de algunas casas-torre (edificios nobiliares) que ocuparon espacios superiores al solar, ya fuera solar doble o solar y medio, borrando la igualdad inicial.
La estructura urbana de Antoñana cuenta con tres calles paralelas en dirección Norte-Sur que siguen las curvas de nivel. La calle Mayor separa los barrios de Arriba y Abajo, uniendo las dos puertas de la villa. En esta calle se encuentran los principales edificios, algunos de ellos con escudos nobiliares en las fachadas. En la parte norte se encuentra una espléndida casa-torre construida probablemente a finales del siglo XIII. En el extremo Sur se levanta un palacio con escudo de la familia Elorza. En algunas otras edificaciones, a pesar de las múltiples reformas que han sufrido a lo largo de los siglos, se observan modos constructivos típicamente medievales, con viviendas realizadas en piedra y entramado de madera.
Uniendo las calles principales de la villa se dibujan pequeñas calles transversales o “cantones”, algunas de ellas cubiertas por las propias viviendas, conformando así pasajes o pasadizos.
El edificio de mayor dimensión en la villa es la iglesia parroquial, con advocación a San Vicente Mártir. Cuenta con planta de cruz latina y una voluminosa torre de estilo neoclásico.
Bordeando todo el conjunto urbano se levantó en la Edad Media una potente muralla de piedra que contaba con dos finalidades; de un lado, defender a los pobladores de la villa frente a los ataques exteriores; de otro, remarcar el carácter privilegiado de los habitantes de la villa frente a los moradores del medio rural. Así la describía Landázuri en el siglo XVIII: “Componese Antoñana de dos Calles que tienen su direccion de norte, á mediodia, con dos portales á los dos extremos de la Villa [...] no solo se conoce, que fue Fuerte por naturaleza, por lo elevado del sitio, sino es tambien por arte; pues ademàs de estar cercada de murallas, hay vestigios de que hacia la parte del Norte, tuvo construcción muy fortificada. Lo que confirma el ver que tenia su gefe Militar, en tiempo que perteneció á los Reyes de Navarra”.
Las murallas fueron elementos urbanos fundamentales en las villas medievales, pero, una vez que en la Edad Moderna su utilidad defensiva decayó, fueron utilizadas por los habitantes de la villa para la construcción o reconstrucción de sus viviendas, tanto públicas como privadas.
El caso de Antoñana es un magnífico ejemplo de esta evolución de las murallas en las villas de origen medieval. Más que destruir la muralla, en Antoñana las viviendas aprovecharon su fuerte construcción para utilizarla como muro de las edificaciones. En un momento posterior, las viviendas oradaron el muro para abrir ventanas y balcones, difuminando ya por completo su carácter defensivo.
La altura de la muralla (embutida en su mayor parte en las casas de la villa) oscila entre los 5 y los 12 metros, con un espesor de 1,30 m. De las puertas que daban acceso al núcleo urbano sólo se conserva hoy la entrada Sur, con arco rebajado y matacán sostenido por modillones de piedra.
1 Martínez Díez, G.: Álava medieval. Tomo I. Diputación Foral de Álava, Vitoria, 1974. pp. 227-230.
2 Landázuri y Romarate, J.J.: Los compendios históricos de la Ciudad y Villas de la M.N. y M.L. Provincia de Álava (1798), en Obras históricas sobre la Provincia de Álava. Tomo I. Diputación Foral de Álava, p. 329-336.
3 Arizaga Bolumburu, B.: “La recuperación del paisaje urbano medieval: propuesta metodológica”, en La ciudad medieval, J.A. Bonachía (Coord), Valladolid, 1996, pp. 13-33.
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